No tengo claro cuándo ni cómo me enteré de que estuvieron en la 2ª Guerra Mundial de voluntarios, colaborando para Inglaterra y los Aliados. Pero desde entonces, siempre me esforcé por insistir para que me contaran cosas de esos años. Para mí era muy importante porque ellos eran una especie de héroes: mi abuela era argentina, los dos eran muy jóvenes y sin que nadie los llamara a alistarse, fueron de voluntarios a una guerra... Está bien que un día, mi abuela me dijo que para ellos era “una aventura”, probablemente no fueran del todo conscientes de todo lo que iban a vivir (desde los racionamientos de la comida hasta estar separado de la familia cuando el primer hijo tiene meses), pero lograron superar los malos momentos y volvieron.
Así como yo sabía que no debía decirle a Ken nada de su brillante cabeza, también sabía que las preguntas sobre las muertes estaban prohibidas. Nadie me lo dijo, pero lo tenía muy claro. Tanto que cuando una noche, en el auto, Tomi le preguntó si había matado a alguien, yo me quedé helada. Íbamos Nati, Tomi, Ken y yo, y yo me quedé helada. Nadie lo retó, pero Ken fue todo lo claro que pudo, sin detalles: “En la guerra muere mucha gente”. Esa respuesta también me dejó helada, porque me hizo pensar que no sólo se trataba de si él había matado a alguien: nadie le preguntó tampoco si vio morir a alguien y no lo pudo ayudar, o cuántos cuerpos vio desperdigados por ahí.
Y un día, Mary me dijo que ellos habían estado separados mucho tiempo (probablemente sería la época en que Frank era chiquito, de la que habían tantas fotos suyas), y que ella no quería saber qué había hecho Ken entonces. Y de hecho no sabía, cuando me lo contó no lo sabía y ella vivía con esa duda, la había asumido. Ese deseo de no saber, dadas las circunstancias, también era valor, y no cobardía. Lo seguía queriendo, mimando y cuidando con la confianza del amor, y quizás sabiendo que la guerra era un paréntesis.
Desde el año 1980, mi abuelo Ken llevaba un diario. Él lo llamaba “la agenda”, porque decía que ahí escribía “hechos, no sentimientos”. Yo leí algunos de sus diarios y sí, hay hechos, hechos muy curiosos: el precio de las cosas, las cartas recibidas, las cenas compartidas, cómo estaba el clima y si llovía, los milímetros que habían caído. Son cosas curiosas para escribirlas en un diario a su edad. Ahora estoy transcribiendo esos escritos y, gracias a la ayuda e iniciativa de Víctor, el compañero de Judy, intentando hallar datos de esos pasos que dieron él y Mary hasta llegar a Argentina después de la Guerra.
Por el lado de mis abuelos maternos, Pedro y Elena, la cuestión fue distinta. Siempre supe que mi abuelo era hijo único, que sus padres se habían separado, y que mami quería mucho a esa abuela. De Elena siempre había alguien rondando, eran más de 10 hermanos y todos tenían muchos hijos, salvo “la monja”, mi madrina. De ascendencia irlandesa, y casi siempre instalados en “el campo”, sabía de sus orígenes muy humildes, era gente muy trabajadora que siempre se había esforzado mucho. No sé si fue antes o después de que empezara el interés por la historia de Ken y Mary, pero un día, en 9 de Julio, con mi madrina empecé a dibujar el árbol genealógico. Ella es una campeona, siempre pendiente de todos y al tanto de todas las noticias. Así que era la mejor para la tarea, y yo su escriba. En esos días, casi que completamos el árbol; lo siguiente (años después) fue una reunión familiar en “el campo” para celebrar sus 80 años. Yo no pude estar, pero cuando la vi el año pasado, en el colegio Santa Ethnea, nos contó a mami y a mí, una tardecita de sábado, cómo fue su infancia, y cómo fue que entonces se le fueron el papá y la mamá. Ella era la más chiquita, y quedó a cargo de uno de sus hermanos. Idas y venidas de su vida dedicada a Dios y su familia, ironías de dos compromisos tan fáciles de juntar... La quiero grabar, es la única “hermana” que nos queda, y espero hacerlo a fin de este año.
No llegué hasta aquí por moda, me trajo el amor.
Detrás de esta foto, mi abuela Mary anotó que recién bañada, estaba caminando hacia mi abuelo Ken.

Que bonito July!!!! sigue contando mas...me encanto! y con lo de la foto me robaste una lagrimita! ;)
ResponderEliminarGracias Fer por tu comentario! Por ahora estoy intentando reconstruir todo, cuando vaya avanzando seguiré contando... Ojalá encuentre todos los datos...
ResponderEliminarY fotos... hay muchas más para las lágrimas, estaba indecisa!
Hola July, sí qué lindo. Me encantó y me emocionó también.
ResponderEliminarEn parte por sentir que nuestros abuelos tuvieron una vida intensa y que muchas veces no todos tienen oportunidad de escuchar.
Gracias por hacerme recordar a los míos en estos textos.
Un beso, Andre
Gracias Andre,
ResponderEliminarEmpiezo a pensar que todos los abuelos tendrían que contarnos su historia, siempre hay algún tesorito escondido, una historia inspiradora. Incluso sin las grandes hazañas de los libros, muchas veces la vida en un pueblo o en el campo nos puede sorprender.
Un placer, despertar el recuerdo y la nostalgia es un logro ;)
madre mia julieta. te ha quedado una historia redonda. siempre recordaremos a nuestros abuelos por esos mimos que nos daban, por las vacaciones con ellos y por esas cosas de abuelo que a nadie mas le salia hacer. Gracias por compartir con nosotros ese pedacito de tu vida
ResponderEliminarQué lindo comentario, Sofi... Si supieras la de veces que intenté los "macaroni cheese" sin éxito... Los abuelos hicieron nuestra infancia más linda, y siempre quedarán en la memoria :)
ResponderEliminarHola Juli!! me encanto esta historia!!! pero me quede con ganas de mas.... te mando un beso enorme!!!
ResponderEliminarMe alegro, Aldana! Y no te preocupes que habrá más, quedan años por contar...
ResponderEliminarOtro beso para vos ;)