viernes, 18 de junio de 2010

Se nos fue (José) Saramago

Por una vez, voy a escribir en caliente.
Yo suelo seguir una máxima de Horacio Quiroga, sobre el valor de recuperar la emoción vivida /sentida una vez que ya ha pasado. Creo que la forma en que uno escribe las pasiones que ya ardieron es tan distinta al recuerdo que ha quedado, que la única forma de transmitir aquello es buscar las mejores palabras, las mejores metáforas, las imágenes más ilustrativas. Es un trabajo que (me) suele compensar, porque lo que sale tiene la mezcla del sentimiento vivido y la reflexión que da el tiempo, algo muy difícil de lograr cuando como ahora, tengo un nudo en la garganta, se me han humedecido por un momento los ojos y me ha dado un escalofrío.

Saramago se fue. A vivir a sus libros, como dijo "Antihéroe" en Twitter, o para dejarnos el ensayo sobre su propia ausencia, como dijo Alfonso Molina, también por ahí. A conocer a Dios personalmente, para charlar de sus novelas. Lo más triste es que ya no nos sorprenderá cada tanto (cada tan poco) tiempo con una idea maravillosa que desarrolla en más de doscientas páginas que nos atrapan, ni lo escucharemos hablando sobre las injusticias, y nadie podrá regalarme "el último de Saramago, que está buenísimo". El último que leí fue "El viaje del elefante", que me lo regaló mi amiga Claudia para mi otro cumple, aunque también me lo había propuesto mi papá para la misma ocasión. Ese libro lo leí de otra manera, apropiándome de él, como reflejé y compartí (en parte) en este artículo: "Julieta al habla".
En otro artículo, el que escribí con motivo del Día del Libro, hablaba de la necesidad de pensar qué nos han dejado los libros que leemos, cómo nos han cambiado. Y hoy, que me siento tan triste por la muerte de Saramago, me pregunto por esa tristeza y sobre lo que me han dejado sus historias.
El primer libro suyo que leí fue "El evangelio según Jesucristo". Me lo prestó papá, pero no sé si él me insistió para que lo leyera o qué fue lo que me hizo empezar por ese y no otro. También recuerdo que alguna vez, cuando cursaba "Taller de redacción" en el primer año de la universidad, la profesora dijo algo sobre cómo escribía el portugués. Ese primer libro me maravilló, me cautivó, y leyéndolo descubrí el compromiso que supone leer un libro con tan pocos signos de puntuación, pero tan lleno de sentido. Después leí otros, y seguí sorprendiéndome con sus comentarios sobre la elección de algunas palabras y con la manera en que se exponía como narrador, que simulaba ser omnisciente pero -con ese poder del que inventa y cuenta- compartía con el lector la incertidumbre de no saber cómo podía seguir la historia. Siempre comenté sus libros en voz alta, porque me asombraba su imaginación y la verosimilitud con que planteaba esas situaciones extremas que parecía que podían ser ciertas. El "Ensayo sobre la ceguera", de hecho, lo empecé a leer sola (como es habitual) y más o menos cuando iba por la mitad, después de haberle contado a Javi (mi marido) cómo era la historia, lo empezamos a leer por las noches, en voz alta, entre los dos. Creo que fue la única novela que él leyó "de grande"...
Pero Saramago no sólo provocaba con sus frecuentes títulos, enseñándonos incluso a no desear que termine la muerte: también era un hombre comprometido con la sociedad y las causas justas, donde fuera que se lucharan. Comprometido con su vida, hasta este año de su muerte publicó un libro; y creo que todos soñábamos, contábamos con que siempre habría un libro nuevo, otro desafío para la razón. Un sueño imposible como los que nos hizo creer él, y que siempre estarán ahí para que nos asomemos a la utopía.
Gracias, Maestro, por haber pasado por este mundo, gracias por tus libros, por hacerme partícipe de tus dilemas de escritor, y por no dejarme nunca indiferente. ¡Hasta siempre!

2 comentarios:

  1. Julieta, enhorabuena... Es muy expresivo y cálido... :)

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  2. Muchas gracias Soledad! Pero creo que mucho mérito es de Saramago, cuya obra me ha marcado para siempre...

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