lunes, 10 de octubre de 2011

Esos detalles...

Esas cositas que pueden hacer de un lunes cualquiera un día especial. El otro año fue un viernes, pero ese día yo iba a por ellas, las necesitaba y claro, las encontré en todos lados.
Pero hoy fue distinto. Iba en el tren cuando empecé a toser mucho. Que intentara no molestar a nadie cubriéndome bien la boca no calmó mi tos, y una señora sacó de su bolso un caramelo y me lo ofreció. Tosí un poquito más pero luego me calmó mucho. Pero no sólo por eso me gustó: me hizo acordar a los caramelos Media Hora, que hacía años que no probaba, y cuya existencia había olvidado!
Saliendo del tren para ir al Metro, llegué al ascensor justito cuando una señora ya le había dado al botón para subir, así que yo sabía que tal vez se cerrarían las puertas, y lo llamé otra vez. Pero esto no funcionó, y cuando me subí justo se cerraron las puertas, sin mayores inconvenientes pero con la sorpresa que se imaginan. "Uy, justito!" dije yo, y la señora me empezó a explicar que tendría que haber tocado el borde de las puertas, donde está el infrarrojo, etc. Y yo le dije que por suerte, no había sido un gran susto, a lo que ella me respondió: "Espero que no se asustara tu bebé". Le sonreí, le dije que no, y me despidio con estas palabras: "Dios te bendiga por ser madre". Y después uno habla del silencio incómodo de los ascensores...
Con eso hubiera tenido suficiente. Pero ese era sólo el camino que me llevaba a lo que tenía que hacer. En un descuido, habíamos dejado unas llaves en un coche alquilado, nos dimos cuenta tarde y ya estaba de nuevo haciendo kilómetros, sin que las llaves hubieran aparecido. Todo indicaba que se habrían perdido. Pero el sábado, en la oficina, me informaron que el coche se devolvería hoy a cierta hora y que entonces ya me dirían algo seguro. Cuando llegué, la gente que lo había alquilado llevaba ya un tiempo de retraso y me comentaron que les habían llamado pero no les respondieron el teléfono. Me desilusioné un poco, pero como lo "lógico" era que se hubieran perdido, no me extrañó tanto. Y me dijeron que si las encontraban me llamarían. Ya tenían un cartelito en la caseta del aparcamiento para que revisaran especialmente ese coche cuando lo devolvieran, así que me tranquilizaron: si están, te llamamos. Y cuando salía del metro, suena el móvil: "¿Cómo son tus llaves? Bueno, acá están, te las dejo en un sobre a tu nombre"...
La gran ciudad también puede tener alma... pero como siempre, depende de las personas.

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