martes, 1 de junio de 2010

De migraciones, broncas y pasiones

Ayer fui a La Casa Encendida a ver “El muro más grande del mundo”, un documental de Javier Bauluz. Me gusta su forma de ver el mundo, y pensé que el documental analizaría la cuestión de las migraciones desde lo humano, desde la vivencia personal. O quizás no pensé tanto y todo esto lo pienso ahora, que tengo la perspectiva de lo que (me) pasó después. Pero ayer, antes de sentarme frente a la pantalla, yo esperaba un documental interesante y en ningún momento me defraudó. Durante la proyección me conmoví con las historias personales que nos acercaban a la otra cara de lo que acá son noticias bastante habituales en el verano, y que terminan por no sorprendernos. Bueno, siempre impacta, pero cuando uno ve las noticias, no siempre piensa en todo el proceso que los trae hasta aquí. Ayer, en la película, el foco estaba en África, y no en Europa. Qué los impulsa a decid/irse, qué cuentan los familiares –que los han perdido para siempre- que les decían antes de que se fueran, cómo angustia la pérdida del cuerpo y la imposibilidad del luto, cómo afecta a la economía familiar esa partida que de pronto es partir de la vida.

Durante la proyección, me fui emocionando, y cuando terminó, tenía los ojos húmedos. He llorado más con películas de ficción, lo confieso; pero el documental me había llegado muy hondo, me había dejado una sensación de malestar, de tristeza, de impotencia muy profunda.
La sala en la que estábamos era pequeña y no estaba del todo llena, seríamos 30 personas. No sé calcular y no conté; pero éramos pocos. Cuando se encendieron las luces, todos aplaudimos, y desde atrás, se acercaron dos chicas al escenario, pusieron dos mesas, dos sillas, los micrófonos. Luego, dos mujeres se levantaron de sus asientos y se dirigieron al escenario. Yo no había prestado atención a quiénes eran, pero me iba a quedar.
Las escuché. La primera (lamento no haber tomado nota de su nombre), disculpó a Ferrán Montesa (director general de Le Monde diplomatique en español), que no había podido asistir, y lo reemplazaba. Ella presentó brevemente a Marcela Villarreal, una ingeniera en sistemas colombiana “que no está hoy aquí como ingeniera, sino porque es directora de la División de Género, Igualdad y Empleo Rural de la FAO”.
Marcela tenía preparado un muy buen informe sobre la película. La había analizado tanto desde las imágenes mostradas como desde los contenidos, que vinculó con los Objetivos del Milenio. Señaló que no se mostraban casos de éxito de los emigrantes: el foco estaba puesto en el país de origen, en los problemas que impulsan las migraciones (el hambre, por ejemplo), que –nos recordó- son un fenómeno que nos ha acompañado desde siempre, parece que lo de movernos es parte de nuestra definición.
La moderadora preguntó si había preguntas, y yo, como tantos otros, escuché. Esperaba que otros dieran el primer paso y la verdad es que no pensaba hacer preguntas ni comentarios. La primera fue una mujer que estaba enojada, le molestaba, por ejemplo, que Marcela no hubiera hecho ningún comentario sobre el rol de la FAO en el tema de las migraciones. Que no asumieran responsabilidades. Que no tiraran de las orejas a los gobiernos.
Entonces (o una pregunta después), yo pedí el micrófono. Quería hacer una reflexión. Hacía menos de una semana que se había dado a conocer el secretísimo sueldo del Gobernador del Banco de España, y el señor Miguel Ángel Fernández Ordóñez, conjuntamente con el valor, anunciaba que habría recortes también para él: de 194 mil euros al año, pasaría a cobrar 165 mil. No he tenido que consultar las noticias ni los archivos, son cifras que se me han quedado grabadas, quizás para siempre. Tengo muy buena memoria con los números, y es probable que ya no olvide las cifras de MAFO.
Yo no sé con cuánto dinero viven ustedes, cada uno tiene su sueldo, sus gastos, sus prioridades. Pero cuando mucha gente ha perdido el trabajo y ya no tiene el subsidio de desempleo, el gobierno de España decidió que –siempre dependiendo de las condiciones, lógicamente- esas personas pueden cobrar un nuevo subsidio, de 420 euros mensuales. Si multiplicamos por la cantidad de meses que se puede cobrar, que son seis, eso da 2520 euros. Y si suponemos que en el peor de los casos, esa persona desempleada tarda 6 meses más en encontrar otro trabajo, resulta que en un año, cobró 2520 euros, una cantidad muy lejana a los 165 mil euros del señor Gobernador del Banco de España. Y esa persona vive en España, no nos vayamos ya a comparar rentas de otros países. Sus gastos son en euros, y son muchos. No voy a entrar en detalles, pero por poco que se gaste en vivienda (en alquiler, en hipoteca o en compartir los gastos de servicios como luz, gas y agua), en comida, en movilidad... A quién se le ocurre que alguien puede vivir con 420 euros por mes? Y ahí me acordé de la campaña del video de Jeremy Irons, que se enoja tanto porque hay mil millones de personas que mueren de hambre, que curiosamente es de la FAO (curioso porque lo que me hizo acordar de la campaña fue la charla, y no que estuviera con nosotros la directora de la División de Género, Igualdad y Empleo Rural de la FAO).
Y sí, la verdad es que hay que comparar nuestra realidad con la de los demás países. Porque no podemos vivir mirándonos el ombligo, y si acá 2520 euros anuales es poco, imaginémonos por un instante con cuánto viven en África. O, mejor dicho, por cuánto mueren en África. Cuántos euros le faltan a un niño que muere desnutrido. Cuántos euros cuesta potabilizar el agua. Cuántos euros le cuesta a un/a valiente venirse en patera, jugándose la vida...
El otro día le comentaba esto a mi hermana y ella me decía que había gente que ella conocía que ganaba, aproximadamente, lo que gana el Gobernador del Banco de España. De esta manera, ella intentaba hacerme ver que no era tan raro, que no era tanto. Pero yo no comparto esa perspectiva, a mí me enoja que haya tanta gente que se muere de hambre, que se muere porque no tiene acceso al agua potable, y me enoja que se hagan recortes en la ayuda al desarrollo cuando en los países desarrollados hay gente que sigue cobrando cientos de miles de euros por año, como si eso fuera normal. Que toman café de comercio justo pero tienen un traje nuevo cada semana, que precisamente no es caro por ser de comercio justo, sino porque es exclusivo, único. Única es la vida que se pierde por no tener esos pocos euros al día.
Y vale, firmo la petición de Jeremy Irons, la cuelgo en mi muro de Facebook y les digo a mis amigos que firmen, hago ReTweets de todo lo que se refiera al tema. Hago todo lo que está en mis manos. O ¿hago todo lo que está en mis manos? Realmente, yo me pregunto, les preguntaba en el coloquio: ¿estas firmas cambiarán algo? El año que viene, o el siguiente, ¿morirá menos gente de hambre en los países en desarrollo y cobrarán menos los gobernantes de los países desarrollados? No, Germán Rojas, de la Oficina de Información para España y Andorra de la FAO, que estaba presente y tomó el micrófono para contestarme, nos aseguró que al ritmo que vamos, faltan muchos años para cumplir el objetivo del milenio sobre el hambre. Porque no se trata de cantidad de recursos, sino de cómo están repartidos. Todos los alimentos que hay en el planeta alcanzan para alimentar, incluso, a más gente de la que hoy la habita. Y como dijo una chica, mencionando a Eduardo Galeano y su gran libro “Las venas abiertas de América Latina”: no estamos pidiendo solidaridad, estamos pidiendo justicia.
Yo soy optimista por naturaleza, siempre veo el vaso medio lleno, creo en la bondad, en el altruismo... Pero cuando me pongo a analizar el mundo, o miro un poco más allá de mi entorno (ejercicio necesario de vez en cuando), me cuesta mantener esa ilusión. Sí, siempre hay ejemplos felices, iniciativas interesantes, movilizaciones espontáneas que salen en los medios, pero hay un punto en el que los cambios, los grandes cambios, son muy, muy difíciles. Pero todo eso, decía la moderadora, ha generado importantísimos avances en los derechos, en el derecho internacional, a partir de los cuales se pueden juzgar los delitos. Bien, bien, pero yo digo, yo insisto: hay derechos, reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos, que siguen sin cumplirse, aunque seríamos capaces de cumplirlos con un poco de voluntad. Que eso siga siendo así, me enoja y mucho.
Yo creo que hago lo que está en mis manos, pero seguro que hay más opciones. No he probado, por ejemplo, mandarle al Gobierno una nota a través de su página web. Si alguien conoce más alternativas para actuar, que por favor me lo diga. A veces creo que sueño demasiado. Que tengo muchas ilusiones. Pero yo sigo creyendo en un mundo justo para todos.
El otro día, en La Casa Encendida, me encendí.
Agradezco la participación de todos / los que colaboraron en esta melodía, con permiso de Silvio Rodríguez: a Javier Bauluz por el documental y a la directora de la División de Género, Igualdad y Empleo Rural de la FAO, Marcela Villarreal, por su acertado análisis, y por encendernos.

2 comentarios:

  1. No me había enterado de esa proyecciónen la Casa Encendida.Me la perdí. Pero al leer tu artículo es como si hubiera estado allí. Gracias por compartir tus ilusiones y manifestaciones por un mundo justo.

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  2. Hola Carlos,
    Me alegra haberte hecho partícipe de esa charla.
    Gracias por tus impresiones, y buen día!

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