martes, 21 de septiembre de 2010

La memoria

Hoy quiero reflexionar sobre el Alzheimer, y sobre la importancia de la memoria para nuestra identidad, tanto personal como social.
Cada uno tiene una relación especial con la memoria: está el que se acuerda “de todo”; el que nunca olvida un teléfono o una fecha; el que tiene “mala” memoria para determinadas cuestiones de la vida, y curiosamente “buena” para otras; el que nunca estudió “de memoria”; el que tiene mejor memoria visual que de nomenclaturas; el que indaga más allá de su memoria personal para encontrarse con la historia cercana, a través de los recuerdos de los familiares; el que siempre sabe una historia; o el que se había olvidado de algo pero una voz familiar o un relato le devuelve un sinfín de sucesos y sentimientos. Las personas que son capaces de recordar cosas que a mí se me escapan, o de buscar ahí donde no elijo investigar, me maravillan, me deslumbran. No siempre es importante la relevancia de la información, precisamente porque lo que más me sorprende es que recuerden eso, ese detalle que a mí me parecía nimio.
En el ámbito de lo social, desde hace años se viene escuchando una proclama: “Ni olvido ni perdón”. Yo la tengo más asociada a los reclamos de justicia para los 30 mil desaparecidos durante la última dictadura en Argentina, pero también la he escuchado en Twitter con tristezas más recientes. Acá, en España, la Ley de la Memoria Histórica, aprobada en el 2007, sigue dando que hablar. Y volviendo a Argentina, hoy es noticia que hay otro nieto recuperado. Otra persona que descubre quién es, quién no es, quién elige ser, qué no puede negar.
Pero volvamos al reclamo: “Ni olvido ni perdón”. Olvidar es morir un poco. Lo que no se recuerda, se repite. Aprender de los errores, otra máxima popular, es acordarse de eso que nos hizo fallar, y reflexionar (con todo el bagaje de que disponemos: conocimiento, palabras, definiciones) cómo fue, qué tenemos que cambiar para no volver a caer. Algo que es tan válido en lo personal como en lo social.
Creo que no conozco a nadie con Alzheimer. Y si no me equivoco, lo primero que supe de la enfermedad fue lo que muestra “El hijo de la novia”, una película de Juan José Campanella. Norma Aleandro está en un geriátrico, tiene Alzheimer y se pierde muchas cosas, se olvida de todo. La alegría, y las penas, para ella duran un ratito, ínfimo, y enseguida se desvanecen. Depende de los otros para las pequeñas cosas, esas que todos damos por obvias. Los otros construyen su memoria minuto a minuto; sin ellos, ella no sería la misma, no sería nadie.
Hace tres años, Pasqual Maragall declaró que dejaba la política porque tenía Alzheimer. Había sido –entre otras cosas, claro- alcalde de Barcelona y presidente de la Generalitat. También a él le tocaba. Los orígenes de la enfermedad, según leo en la Fundación Alzheimer España, son todavía desconocidos. Y está claro que nadie está exento del mal, aunque afecta en mayor medida a los mayores de 65 años. Pero Maragall es un hombre conocido, y surge la idea de hacer una película con su testimonio. “Bicicleta, cuchara, manzana” da cuenta de cómo vive cada día una persona con Alzheimer, de la importancia de la familia y de las pequeñas cosas.
Cuando la memoria falla, cuando hasta las palabras más cotidianas se olvidan; la familia y los amigos se vuelven irreemplazables, nos constituyen desde el amor y la bondad. Y cuando recordamos, y podemos compartir la memoria, recuperar historias, también.
¡Música maestro! León Gieco canta “La memoria”.

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